¿Es posible vivir los momentos
que preceden al último aliento tal como uno lo desea? El escritor serbio
Branimir Scepanovic escribió un libro inquietante intentando dar respuesta a
esa pregunta: La boca llena de tierra.
Y lo hizo en dos relatos paralelos que cuentan la agonía de un hombre, aquejado
de una enfermedad terminal, que se baja del tren en el que viaja antes de
llegar a su destino en Montenegro, la añorada tierra de su infancia, y se ve
repentina e inexplicablemente sometido a una extraña persecución en medio de la
naturaleza inmensurable y gélida.
Tal vez la vida sea solamente una huída hacia la cumbre blanca de una
montaña. Un viaje inevitable. Un retorno, caminando bajo un cielo vacío, hacia
uno mismo para que el mundo pueda alejarse, bello y libre, como una visión
irreal sobre nuestra cabeza. Pero siempre hay alguien que acecha, que persigue,
que procura impedir la remota satisfacción de la soledad final. ¿Por qué
quieren matarnos si vamos al encuentro de la muerte?
Hay algo en la metáfora existencial que es este libro que, al acabarlo,
provoca un inevitable viaje al silencio. Por eso su lectura se hace
imprescindible. ¿Cómo evolucionamos para convertirnos en extraños? Quizá en
plena naturaleza siempre estaremos más próximos a los animales que a los seres
humanos. Salvajes ausentes de orientación. Leemos la misma historia narrada de
forma distinta por los perseguidores y la presa. ¿Qué ocurre de verdad? Jamás
sabremos qué acabará provocando realmente el destino fatal de la especie, pero
sin duda estará hecho de pequeñas historias como la escrita por Scepanovic.
Iremos pasando de un mundo a otro, buscando una prueba de vida e ignorando
conscientemente que, de todas formas, la extinción, personal o colectiva,
siempre será un desenlace irremediable.
El destino nos pertenece, pero está a orillas de la muerte, en la
frontera entre lo que creemos que somos y todo lo demás. ¿Podremos elegir la
realidad última?
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